miércoles, 7 de agosto de 2019

Fronteras Exprés


Cruzar el Río de la Plata desde Buenos Aires a Colonia (Uruguay) son sesenta minutos en los que vas sentadito en una pedazo de sala como si estuvieras en el cine. 
Yo ni me moví. Así que no vi ni las tiendas ni los baños. 
A veces creo que mi poca curiosidad en ciertas cosas, hace que luego no pueda responder a según qué preguntas...pero es que soy así de cazurra. 


La visa de mi pasaporte llevaba más de un año vencida. En inmigración me hicieron pagar una multa para poder salir del país. Sí. Como leéis: Si eres inmigrante ilegal y quieres arreglar tu situación, sal del país y vuelve a entrar. 
Así que yo con mi recibo pagado, salí de Argentina.

Este "movimiento" me lo aconsejó una funcionaria del "Estado". Me aseguró que no me pasaría nada, que pagara la multa, que saliera a Uruguay y volviera a entrar.
Naaaa...una tontería muchachos!
Y al volver a entrar, obvio, tendría tres meses más de visa para empezar de nuevo con los trámites de la residencia. Si queréis saber la verdad, no las tenía todas conmigo.
Salir, fácil. Entrar...ya veríamos.


Colonia es bonita. Tiene un casco antiguo que me recordó a muchos pueblos de Cataluña y de España. Claro que durante años España y Portugal se estuvieron disputando este trocito de tierra y lo iban construyendo y destruyendo cada vez que desembarcaban los putos colonizadores.


Pero bueno, no vine aquí a hablar de esta bonita ciudad. Sino de mi regreso a Buenos Aires y la aduana. 
Me acompañó un amigo, nada preocupado por mi situación. 
Yo en cambio iba pensando en el momento, que el de inmigración me dijera que no podía volver a entrar y que debían  deportarme... ¿Cómo lo harían? ¿Me pagan el billete de avión? ¿Me marcho sin maletas? ¿Sin nada? ¿Dejo todo lo que tengo en Buenos Aires? Fuera bromas, yo no soy dramas...o  soy poco dramática, pero esto no me hacía ni pizca de gracia.

Pero me di cuenta en aquel momento de la suerte que tengo y que tenemos muchos europeos blancos.
Ocho y media de la noche, tres personas solamente en la fila. Doy el pasaporte, mira mi foto. 
Gira las hojas...se queda en la última entrada...Me mira...y me sonríe...¿Qué pasó Judit? 
Yo que le miro y no me sale nada que decir. 
Mi amigo que le dice: Hola! vamos juntos... 
El tipo que sonríe. -Ah! van juntos...
Agarra el sello y bum! Que tengas buen viaje Judit. Y me vuelve a sonreír.

¿Qué fue eso? Pues yo os lo digo amigos. Soy una mujer blanca, anodina y con acompañante argentino, también blanco. Mi pasaporte es español. No se puede comparar al pasaporte yankie, pero aquí tienes un plus. 
Porque todo el mundo ama a los españoles. Aman el continente Europeo. 
Increíble pero cierto.

Me he preguntado mil veces qué hubiera pasado si hubiera sido una inmigrante ilegal, con la visa vencida de un año, pero en lugar de ser blanca y de facciones corrientes, tuviera la piel más morena o los rasgos indígenas. 
O fuera negra, con el cabello de negra. 
¿Me hubieran sonreído? 
Evidentemente que no. Si hubiera sido negra como el azabache, con mi pelo rizado y mis documentos al día, me hubieran tenido igualmente un rato más largo comprobando que no llevo nada "sospechoso" dentro de mi bolso. 

Cuando leo en Internet, comentarios sobre que los blancos no tenemos "suerte" ni somos privilegiados por ser blancos, una parte de mi ahora se indigna. 
Porque sí. Tenemos priviliegios. Y es así. Y es lo que hay. Tenemos suerte porque vivimos en un mundo creado por blancos y con  leyes hechas por blancos. Y aunque nos parezca extraño tenemos más privilegios y más posibilidades que otra gente que no tiene nuestro tono de piel. 

Y aunque desde nuestra realidad, que puede ser una porquería, quizás lo estemos pasando mal, no tengamos trabajo, tengamos deudas...lo que sea que nos pase. Desde nuestra realidad, puede ser que no veamos "privilegios" por ninguna parte. 
Pero lo cierto, es que los tenemos.

O así lo percibo yo desde mi experiencia.
Desde mi experiencia de inmigrante ilegal durante más de un año. Desde mi condición de blanca anodina que paso desapercibida en cualquier aduana, en cualquier calle, en cualquier país donde voy.
En cualquier país que visito.

Es una realidad y aunque me siento afortunada por ello, hay una parte de mi que sigue creyendo que estamos en un mundo de mierda, donde no somos capaz de empatizar con las personas de nuestro alrededor, de sus muchas y diversas realidades. 
El tema de la inmigración es realmente complejo. Pero yo, que ahora soy inmigrante, que me tratan de lujo en este país. Que no tengo grandes problemas. Sí pienso en esa "clase" de inmigrantes que a parte de tener problemas cotidianos de todo tipo, añade el tono de piel y el país de origen.
Cágate lorito.
Obvio que no todos somos iguales. 
Y eso es muy triste.