Una "Villa" en Buenos Aires
La decadencia a nosotros no nos atrapaba. La veíamos de lejos.
A veces alguien la fotografiaba.
Pero no iba con nosotros.
La decadencia se intuía. Se respiraba.
En el día a día.
En el tú a tú.
En las esquinas.
En los niños invisibles.
En las personas de otro mundo.
Vivíamos de espaldas a la decadencia. Porque nosotros no éramos ellos. No éramos el vecino sin trabajo, ni el cartonero, ni el indigente.
Nosotros vivíamos mirando imágenes hermosas; de casas de personas como "nosotros" que tenían muchos likes y muchos kilos de seguidores.
De fotografías de viajes soñados, de zapatos de tacón que jamás nos pondríamos, de trabajos bonitos con fotos de estudio hechas con celular.
Vivíamos de la vida de las fotografías de los demás.
La decadencia no se nos pegaba, porque en las fotos de los dispositivos no llegaba.
Y si lo hacía...nos conmovían; Un minuto, un segundo...quizás leíamos...o no...porque el arte de leer y de comprender era un viejo truco de cincuenta años atrás. Que ya había perdido su magia.
Pero la decadencia estaba ahí...y se iba instalando. Más rápido de lo que jamás imaginamos. De lo que jamás creímos.
La historia pasada ya no importaba. Fuimos la generación de la vanidad. De la prepotencia.
Nunca creímos en la historia.
Fuimos absorbidos por una tecnología que conspiró desde el principio contra nosotros mismos. Alentó esa decadencia.
De otras miles de maneras.
Y la propagó.
Como un virus.
Como todos esos virus que vinieron tras el primero.
Creo que mientras vivíamos nuestra propia decadencia, ni siquiera ahí nos dimos cuenta.