Lo primero que me viene a la mente estando en medio del campo es lo desconectados que estamos con la naturaleza los seres humanos. Al menos yo.
La pena es que nos hemos acostumbrado tanto a las comodidades y a convivir con cero bichos y demás climatologías fuera de nuestras ventanas que cuando pasamos unos días ahí en plena montaña todo nos molesta y todo nos fascina. Los mosquitos y pequeños insectos son lo que peor llevo.
Voy a todas partes con el flis-flis ese anti-todo.
Por otra parte, lo que me alegra de mi misma y mis avances hacía estar más calmada, es que ya no reputeo. Recordaba un viaje que hice con mi primer noviete a Aigüestortes...Dios! me pasé las excursiones histérica perdida por culpa de los mosquitos, los tábanos y el calor...
Ahora, cada vez que voy a algún lugar intento ir lo máximo de preparada. Será la edad.
Me da lo mismo ir cargada de cosas hasta los topes si sé que no me faltará de nada.
Eso sí, la tranquilidad de estar en medio de la nada no tiene precio...jeje...No escuchar ni un solo auto.
El pueblo más cercano a más de cinco kilómetros.
Ni ruidos grotescos propios de las grandes ciudades.
Sólo los grillos, que cuando son tantos ni molestan. El espectáculo que dan las luciérnagas. El rechinar de los caballos y el mugir lejano de alguna vaca. Me estoy haciendo mayor a zancadas.
Podría pasarme el día sin hacer nada. Nada. Mirando los árboles mecerse, ver como el viento mueve sus hojas. Extraordinario.
Y lo que es un gustazo, ver a mis perros correr sin parar, revolcarse en la hierba, jugar.
Su cara de felicidad casi supera la mía.
Cinco días en medio de la nada, muchas veces sin luz, con humedad, con lluvia, con mosquitos... pero con la sensación de que todo es mejor sin tantas historias como nos hacen creer que necesitamos.(bueno...el flis-flis si...jejejeje)
Quizás sólo es una percepción imaginaria de cinco días de descanso. Igual es eso.